Cuando el perro intenta establecer el lugar que ocupara en la jerarquía procurara siempre ser el primero, para ir descendiendo, de uno en uno, mientras vaya encontrando otros que sean
superiores a él.
Esta peculiaridad es la responsable de que ante la ausencia de alguien capaz de reprimirle, el perro termina por convertirse en el líder.
Dada su conducta social y su componente genético, el perro necesita mandar o ser mandado, no acepta ni entiende la igualdad, pues no está preparado para ella. La naturaleza no entiende de bien o de mal, de justicia o injusticia, solo entiende de eficacia, de utilidad y de adaptación. El perro, por lo tanto, no entiende la igualdad, y si nosotros intentamos comportarnos con el como un compañero, él lo interpretara como un signo de debilidad y su dotación genética le indica que no puede seguir a un líder débil, pues peligra la subsistencia del grupo, y quizá de la especie, a estar este descabezado y dirigido por un inepto, lo cual crea en la mente del perro una sensación de angustiosa inseguridad que le impulsa a tomar él el mando.
No podemos dejarnos arrastrar por los ojos tristes y conmovedores de nuestros perros, anhelantes de un trozo de carne de nuestra mesa. Si sucumbimos a ello, le estamos indicando en su lenguaje, otra cosa bien diferente a la generosidad.
El propietario debe ser el líder de su perro, no existe otra posibilidad.
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